Varias razones tienen los tucumanos para centrar su atención en los futuros túneles y puentes que atravesarán las vías del ferrocarril y que darán continuidad a las calles Mendoza y Córdoba: primero, que por fin la ciudad comenzará a desabrocharse el famoso “cinturón ferroviario”, que tantos dolores de cabeza provoca en los horarios pico. Segundo, por primera vez, nuestra ciudad contará con cruces vehiculares bajo nivel, llamados coloquialmente “túneles”. Y tercero, que los tucumanos no estamos acostumbrados a que las obras que se realizan sean pensadas como hitos urbanos; es decir, las mejoras con las que nos hemos familiarizado pueden, en mayor o menor medida, solucionar problemas puntuales, pero no suelen ser concebidas como hechos urbanos amplios capaces de modificar la relación que tenemos con la ciudad.
Con los túneles de la Suipacha, -como los hemos apodado- es posible que eso cambie. Además de solventar un déficit indiscutible en la fluidez vehicular en el sentido este-oeste, la obra ha sido pensada como un espacio público en el que los ciudadanos podremos instalarnos a tomar mate, comer mandarinas y disfrutar una siesta de invierno. Al menos es la idea. Y nos hace pensar en la ciudad que queremos para el futuro: con más espacios públicos para todos, con más inclusión, con una concepción lo más amplia posible de la urbanidad. Esas fueron, precisamente, las conclusiones de los urbanistas convocados por LA GACETA en ocasión del cumpleaños número 328 de San Miguel de Tucumán.
Después de varias idas y vueltas, las máquinas por fin se pusieron en funcionamiento para comenzar a excavar los túneles que unirán Suipacha y Marco Avellaneda. Hasta el momento, las empresas que salieron adjudicadas en el proceso licitatorio (Ingeco, Di Bacco y Tensolite) se encuentran haciendo trabajos preliminares: demoler los galpones que interrumpen el trazado y volver a construirlos dentro del predio. Según fuentes de la obra, está todo listo para comenzar a excavar, pero aún se encuentran esperando la aprobación del proyecto ejecutivo por parte de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte y de la empresa Belgrano Cargas. Una vez que comiencen, disponen de ocho meses para entregarla.
Por supuesto, esta obra que comienza a dibujar el San Miguel del futuro, no ha pasado sin críticas ni polémica por parte de los ciudadanos que, con o sin razón, se muestran descreídos: para qué gastar/invertir $ 50 millones si se podría solucionar con un simple paso a nivel. La explicación de los especialistas es que esto no es posible por tratarse de una playa de armado de convoys, por lo que el espacio no puede ser interrumpido con un paso a nivel.
Otra obra que generó discordia y que, tras pataleos de diversos sectores, terminó modificando el paisaje urbano, fue la apertura de la calle Lucas Córdoba a través del parque Avellaneda. La discusión fue: ¿vale la pena amputar un espacio verde -terriblemente escaso en el Jardín de la República- únicamente para favorecer el tránsito vehicular? Los urbanistas enclaustrados en la Facultad de Arquitectura opinaron que la Municipalidad es ciega, sorda y muda: que no consulta a los profesionales. La Municipalidad, en tanto, contestó que no era sólo para el tránsito sino también para reactivar la parcela verde contigua a la Maternidad que había sido empujada hacia los peores usos posibles.
Actualizando su misión de recuperar el pasado, la Municipalidad creó en el espacio resultante la Plaza de la Fundación, un paseo temático que cuenta cómo se fundó Tucumán. La Historia, nuevamente, fue la indiscutible piedra basal del futuro.
Deudas impagas
La basura. Que el problema es cultural, que es una cuestión social de fondo, que no hay acción que llegue a buen puerto... Lo cierto es que las autoridades municipales no han conseguido revertir un problema de larga data como el de la proliferación de los basurales clandestinos, la suciedad de las calles de la ciudad y la imagen deplorable que devuelven los accesos a la capital.
El agua. Yerba Buena, Tafí Viejo, El Corte y, en general, el oeste del Gran San Miguel lloran todos los años por lo mismo: el agua no alcanza y sufren cortes permanentes en el suministro. El acueducto de Anfama, que abastece a buena parte de estas áreas, está dando sus últimos coletazos de vida y las obras grandes no aparecen. Sólo se tapan huecos perforando pozos que al poco tiempo se agotan. El Cadillal, por su lado, avanza implacable hacia la reducción de su capacidad, un fenómeno esperable pero que no ha recibido acciones para revertirse.
Rampas. La ciudad no está hecha para las personas con capacidades motrices reducidas. Son contadas con los dedos de la mano las calles que cuentan con rampas para las sillas de rueda. Para todos ellos, transitar solos y ser autosuficientes, es un sueño que no pueden cumplir en su tierra natal.
Cloacas. Las autoridades se esfuerzan en sostener que la infraestructura de cloacas no está colapsada, que sus fallas se ocasionan por su mal uso. Sin embargo, conforme crece la ciudad, los vecinos -sobre todo del sur de la ciudad- ven cómo explotan los caños prácticamente a diario.